En 2023 el salario medio nominal subió un 4,1%, pero en términos reales (teniendo en cuenta la inflación) se mantuvo un 3,5% por debajo del de 2021, por lo que siguió sin recuperar el poder adquisitivo previo. En el mismo año el Salario Mínimo Interprofesional (SMI) subió un 8%, mucho más que el salario medio. Las personas asalariadas que tuvieron una ganancia anual menor que el SMI aumentaron del 17,1% al 18,5%, y las que cobran entre 1 y 2 SMI alcanzaron el 48,7% de la población. Así, mientras que en 2016 el 45,7% de las personas asalariadas cobraban hasta dos veces el SMI, en 2023 fueron ya el 67.2%.
Esta transformación refleja sobre todo el importante crecimiento del SMI desde 2018, pero también el estancamiento o la caída de una parte considerable de los salarios. Aunque el salario mínimo continúe siendo insuficiente para vivir dignamente, y más en un contexto de fuerte incremento de los precios de la
vivienda, desde que comenzó la inflación en 2021 ha resistido mejor la erosión del poder adquisitivo. Mientras tanto, el grueso de los salarios ha caído en términos reales. Esta dinámica no puede desvincularse del papel de los grandes sindicatos de concertación, que han renunciado a incrementar su capacidad de negociación mediante la presión y el conflicto.

Los márgenes empresariales han aumentado, en parte, gracias al ajuste salarial propiciado por la inflación. Las empresas no van a renunciar voluntariamente a esos beneficios, y solo mediante la organización y la presión a través del conflicto es posible no sólo recuperar el poder adquisitivo perdido, sino lograr nuevas mejoras salariales en términos reales.

Los márgenes empresariales han aumentado, en parte, gracias al ajuste salarial propiciado por la inflación. Las empresas no van a renunciar voluntariamente a esos beneficios, y solo mediante la organización y la presión a través del conflicto es posible no sólo recuperar el poder adquisitivo perdido, sino lograr nuevas mejoras salariales en términos reales.