CGT: “Si verdaderamente la patronal quiere ahorrar costes no le va a quedar otra que invertir en prevención y formación”.
Cuando el movimiento obrero, en siglo XIX con la Revolución Industrial, comenzó a tener consciencia sobre sí mismo, sobre las condiciones de su gente y entendió que debía organizarse, todos y cada uno de los avances en su beneficio tuvieron que ser conquistados a la fuerza -aun a costa de la vida de muchas personas-. En las primeras décadas del siglo XX la cosa no fue muy diferente, tampoco en las últimas, y hemos entrado en el siglo XXI con un panorama socioeconómico desalentador para miles de personas trabajadoras. Y es que la patronal nunca va a sentirse a gusto con ningún tipo de medida que suponga una verdadera mejora en las condiciones de quienes generan la riqueza en el Estado español (y en el planeta). Por mucho que se expresen utilizando palabras como “diálogo”, “paz social” o “acuerdo”, su lógica sigue siendo la de conseguir la mayor ganancia posible al menor coste. De ahí que la explotación laboral, la persecución y la represión sindical sigan existiendo, porque la organización de los trabajadores y las trabajadoras siempre será entendida por el empresariado como una “amenaza” a sus intereses económicos y sociales.
Así, una persona que representa a todo el colectivo de empresas de todos los sectores económicos de España y que se embolsa al año más de 390.000 euros mientras se opone a subidas puntuales del salario mínimo interprofesional, como es Antonio Garamendi (presidente de la Confederación Española de Organizaciones Empresariales-CEOE), nunca va a entender que en muchos lugares de trabajo haya personas al límite de sus fuerzas físicas y mentales ocasionadas por las condiciones laborales que están obligadas a padecer a cambio de poder sobrevivir. Pero lo cierto es que mantener o no una buena salud mental es una consecuencia de los riesgos psicosociales del trabajo. Una excesiva carga de tareas, conflictos interpersonales -con episodios de acoso y violencia en casos extremos-, incertidumbre y miedo a perder el empleo, la poca o nula conciliación entre la vida laboral y la vida personal, la mala comunicación o ausencia de información, etc. pueden derivar -y de hecho sucede- en problemas muy graves de salud mental en las personas trabajadoras. Por lo tanto, es insultante que la CEOE manifieste que la “salud mental no es culpa de las empresas”, y tenga siempre a mano el argumento del “absentismo” para finiquitar cualquier debate. Sin embargo, el absentismo también afecta a la clase trabajadora, porque ante el alarmismo con el que se trata, por parte del poder económico y mediático a su servicio, cualquier mínimo avance o mejora de los derechos laborales se queda estancado. La patronal, sin duda, hace de esta situación un problema mucho mayor de lo que realmente es, y lo
utiliza como excusa para romper negociaciones, incluso en contextos o momentos de supuesta bonanza económica a favor del empresariado.
es que hasta la propia Organización Mundial de la Salud (OMS) especifica el concepto de “salud” al referirse al mismo no como la ausencia de una enfermedad sin más, sino también como el conjunto de condiciones que rodean a una persona en la sociedad donde vive. Es decir, la salud es el resultado de tener o disfrutar de un bienestar físico, mental y social. En los siglos donde el movimiento obrero echó a andar una de las batallas más importantes fue la de demostrar la relación directa entre la salud de los obreros y las condiciones en las que estos se ganaban la vida. La patronal se negó hasta que no le quedó más remedio que aceptarlo. Hoy no se le ocurriría a ningún empresario de este país afirmar que permanecer en un sótano sin ventilación más de 12 horas todos los días de la semana en tareas textiles (donde se manipulan productos tóxicos) no genera, por ejemplo, enfermedades respiratorias. Con la salud mental, que es un reto en la actualidad, pasará lo mismo. Y es que hay cuestiones que se dan en los entornos laborales que son responsabilidad de las direcciones empresariales. Una persona que acude a trabajar cada día, durante 8 horas, a un lugar donde solo recibe desprecio, humillaciones, insultos, comentarios fuera de contexto, etc., y que vuelve a su casa agotada, teniéndolos que asimilar para poder enfrentar al día siguiente otras 8 horas, terminará pasándole factura tarde o temprano, por no entrar en detalle del importante porcentaje de población activa que acude a su puesto de trabajo altamente medicada para poder sobrellevar jornadas muy complicadas.
Entonces, al contrario de lo que Garamendi afirma, por supuesto que está en las manos de los empresarios -y de la clase política de turno-, tener los mecanismos para evitar estas situaciones, o en el caso de que se lleguen a dar, al menos tener herramientas que puedan paliar sus consecuencias y garantizar a la víctima de las mismas una recuperación y un entorno de trabajo tranquilo, seguro y amable.
Secretariado Permanente del Comité Confederal de la CGT
