Artículo de Elisenda Rotger, SP Mujer de CGT Confederal para Rojo y Negro

Cada 25 de noviembre recordamos que la violencia contra las mujeres adopta muchas formas: la física, la económica, la institucional y también la que se ejerce en los territorios ocupados, donde las mujeres cargan con el peso de la guerra y del patriarcado que las quiere invisibles.

El alto el fuego en Palestina no ha traído ni paz ni reparación. Gaza sigue bajo bloqueo, la ayuda huma-nitaria entra a cuentagotas y más de dos millones de personas sobreviven sin acceso suficiente a comida, agua o medicamentos. Las bombas siguen cayendo, los hospitales continúan colapsados y la población desplazada vive hacinada. Quienes intentan volver a casa encuentran todo derruido: sin techo, sin condi-ciones básicas de salud ni seguridad. El hambre y la sed siguen siendo armas de guerra.

Negar el paso de suministros, impedir los corredores humanitarios o condicionar la entrada de medicinas no es una consecuencia del conflicto: es una forma de control. El castigo colectivo continúa, aunque los titulares digan “alto al fuego”. La guerra no se mide solo por las explosiones, sino por la vida que se niega después.

En medio de esta violencia prolongada, las muje-res palestinas no son una nota al margen. Están ahí, sosteniendo redes de apoyo, organizándose para alimentar, curar, enseñar y proteger a sus comuni-dades. Son ellas quienes gestionan refugios impro-visados, reparten la escasa comida, cuidan a los he-ridos, acompañan a las criaturas traumatizadas y se coordinan con organizaciones locales para mantener vivo el tejido social. En los barrios y campamentos son las primeras en asistir a las vecinas, las que montan cocinas colectivas, escuelas de emergencia y redes de cuidado. Su lucha cotidiana sostiene la vida en medio del asedio.

Pero también viven bajo una doble opresión: la de la ocupación y la de un sistema patriarcal que las relega a la dependencia y las somete a la autoridad masculina. Todavía hoy se enfrentan a matrimonios forzados, a la falta de autonomía y a la imposición de normas que las subordinan. Y, aun así, siguen en pie, organizadas y resistentes, luchando desde la base por reconstruir la vida de sus familias y de su pueblo.

Como feminista y sindicalista, no puedo mirar a otro lado. Porque la subordinación de las mujeres—en Palestina o en cualquier parte del mundo— no es una cuestión “cultural”, es una estrategia de poder. Es la base sobre la que se sostiene el patriarcado, el colonialismo y el capital: estructuras que necesitan de nuestra dependencia para seguir dominando. Romper con ellas es una tarea colectiva, una lucha que atraviesa fronteras, sindicatos y territorios. No queremos sociedades “justas” solo en el papel; queremos sociedades libres, donde la vida valga más que el beneficio y la autonomía no sea privilegio sino derecho.

La reconstrucción que se anuncia no puede hacerse sin ellas. Pero no las veo en las mesas donde se negocia la paz ni en los despachos donde se deciden los fondos ni en los acuerdos que se firman en su nombre. Y cuando están, se las mantiene en un segundo plano, sin voz ni voto. Las mujeres palestinas sostienen la vida, pero se las excluye de los lugares donde se diseña el futuro. Y eso no es un olvido, es otra forma de violencia. La reconstrucción no puede limitarse a volver a edificar sobre las ruinas: debe recuperar derechos, espacios y poder para quienes han sido históricamente silenciadas.

Foto: Iñaki Makazaga

Reivindicamos el derecho del pueblo palestino a decidir sobre su presente y su futuro, pero también denunciamos a quienes ya planean hacer negocio con su dolor. Los buitres del capital sobrevuelan Gaza esperando su oportunidad para convertir la destrucción en contratos, la ayuda en deuda y la reconstrucción en negocio. Frente a ellos, afirmamos nuestro compromiso con un internacionalismo solidario, feminista y libertario: contra el patriarcado, el colonialismo y el capital, por la vida digna y libre de los pueblos.

Desde el feminismo libertario lo sabemos bien: la paz no llegará solo con el silencio de las armas, sino cuando las mujeres puedan vivir sin miedo, sin tutela y sin sumisión, construyendo junto a su pueblo una sociedad autónoma, libre y solidaria.

Este 25 de noviembre, alzamos la voz también por ellas. Porque la violencia patriarcal y la guerra com-parten una misma raíz: el poder que decide sobre la vida de otras.

Porque la reconstrucción será con las mujeres o no será. Y la paz, solo será paz, si es feminista.

Manifiesto 25N -Tu silencio te hace cómplice. No más violencias machistas